Por Daniella Nieto Machuca
Históricamente, el muralismo ha tratado temáticas y problemáticas socio-políticas en el espacio público, de ahí su importancia en el desarrollo cultural y la conciencia sobre los distintos procesos sociales. Al mismo tiempo, esta práctica artística pone en relevancia el posible poder sanador que puede llegar a tener en términos colectivos y sociales para sus espectadores o testigos de obra. Este ensayo aborda brevemente el potencial curativo que puede llegar a tener el muralismo desde la mirada del trauma y el arte
Tomaré como objeto de análisis un mural realizado por Afuegocolectivo, colectivo artístico chileno que desarrolla obra mural y animación desde el 2019, titulado Mujeres Ambientalistas de América, en Enero de 2021. Este mural, ubicado en Museo en Resistencia (La Florida, Santiago de Chile), surge a partir de la necesidad de plasmar una problemática vigente en América latina relacionada con la persecución política de activistas medioambientales, defensoras del territorio y de la naturaleza. En este sentido, la vinculación que se realiza con el concepto de trauma es entender cómo eventos sociales de este tipo afectan de manera directa e indirecta a lo que entendemos por sociedad, y la salud de esta.
En este mural, se pintan los retratos de cinco mujeres ambientalistas de América, de izquierda a derecha: Berta Cáceres (Guatemala), Machi Francisca Linconao (Wallmapu), Macarena Valdés (Wallmapu), Máxima Acuña (Perú) y Milagro Sala (Argentina), unidas mediante una trama proveniente del textil mapuche: la figura de la araña tejedora. Berta y Macarena fueron asesinadas en situaciones que aún no se esclarecen del todo. La machi Francisca y Milagro han estado presas por su compromiso con las comunidades y el medio ambiente. Máxima tuvo que enfrentarse al hostigamiento y la violencia de parte de proyectos megamineros en Perú.
Estas situaciones de corte traumáticas vividas por estas mujeres llevan al colectivo al deseo de homenajearlas a través del muralismo, lo que en cierto sentido busca traer a la memoria la historia y así, representativamente, posicionar en el espacio público a estas luchadoras como símbolos de conciencia y sensibilidad por el medio ambiente y la naturaleza. De esta forma, a través del arte, de la re-presentación, es decir, de volver a presentar, se genera un mínimo compensamiento del trauma a nivel social: se muestra, se devela, se recuerda, se observa y se posiciona en el espacio público, como parte de todos, lo que nos lleva eventualmente a la sanación de heridas colectivas que finalmente nos constituyen como sociedad. Existe, entonces, un vuelco terapéutico tanto en el hacer mismo como en la imagen que se plasma y en el espectador de la obra, poniendo en manifiesto aquello que socialmente se reprime, como sería la defensa por el medioambiente, dejando entrever también la dimensión socio-política del arte.
En Trauma y recuperación (2004), Judith Herman hace referencia a la idea anterior al hablar sobre el superviviente y su relación con la justicia en el trauma: reconoce que el trauma no puede desaparecer y que nunca podrá compensar su deseo de compensación o de venganza, pero sabe que hacer que el perpetrador sea responsable de sus crímenes es importante no solo para sus sentimientos, sino que también es sano para la sociedad en general, redescubriendo así el principio abstracto de justicia social que conecta el destino de otras personas al suyo propio. (Herman, J. 2004).
Creemos que al posicionar en el espacio público los distintos rostros de estas mujeres ambientalistas que han vivido la persecución política por su quehacer en la vida, se otorga el componente que relata Herman como “el principio abstracto de la justicia social”, y es éste el que nos vuelve a conectar como grupo, como parte de una historia en común, como testigos de situaciones y experiencias fuertes emocionalmente que nos identifican como sociedad y que resulta necesario volver a revisar: porque es justo hacerlo.
En El hombre y sus símbolos (1976), Jung relaciona este asunto con el de la conciencia: el mal atestiguado en el mundo exterior, en el contorno, o en el prójimo, puede hacerse consciente como los malos contenidos de nuestra propia psique, también, y esta comprensión profunda sería el primer paso hacia un cambio radical en nuestra actitud hacia el prójimo. Ocurre entonces que parte del potencial sanador de este mural viene dado no solo por sus realizadores sino también por quien lo contempla, por el espectador, por la audiencia misma, como una imagen que reconstruye el tejido social y político: como una imagen que nos recuerda lo acontecido, trayendo a la memoria y a la consciencia algo importante para comprendernos colectivamente, para conocernos a nosotros mismos desde el espejismo con el otro.

Referencia Bibliográfica:
Herman, J. (2004). Trauma y recuperación, cómo superar las consecuencias de la violencia. Madrid: Espasa Calpe, S.A.
Carl G. Jung. (1976). El hombre y sus símbolos. Barcelona: Luis de Caralt Editor, S.A.